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La poesía

Es un desafío. La rivalidad de la costumbre que resbala y empaña los resquicios de los días. Anuda palabras y sentidos en una restallante identidad. Lo invade todo cuando te elige, pues uno siempre es su víctima o su profeta. Y después te vuelves un intruso en la rutina, un inválido para el discurrir sin canto de los días. Porque todo canta a partir de la inmersión en las aguas de lo lírico, a partir de rozar su crisma con la piel del verbo. Todo dice su nueva cólera de viento y luz, y llega la poesía como un maná venturoso de ritmo y palpitar, como un candado de lo oscuro sobre el alma, como la flor que nace sola en la pared de piedra de un castillo…

Es ese “vuelo consolador” que “desciende a la herida del alma y alivia su dolor, para hacerse fraternidad, para hacerse belleza”, que escribe José Luis Puerto en su precioso libro La casa del alma. O esa flecha, que es solo de aire, nombrada por Mª Ángeles Pérez López en su recientísima Fiebre y compasión de los metales, donde “beben luz ramas y pájaros”, nacida “para la altura” que alza el vuelo y somete a quien atraviesa a una hermosa esclavitud de no poder volver atrás en lo nombrado.

“Es lo que reverbera”, describe Juan Antonio González Iglesias en Confiado. “El aire entre columnas”. “Es la única copa/ en la que cabe esta mañana de febrero”. Uno se aloja en ella, expresa Carlos Aganzo En la región de Nod, donde canta: “Habitas las palabras/ como dardos de amor/ de punta placentera y venenosa./ También como interiores escalas musicales/ que mueven los cimientos/ fonéticos del alma”.

Es un “corazón incandescente”, escribo yo en mi sentido Acorde, “con esa palabra que me antecede/ y que posee, anudada en su centro/ la infinita edad de las tormentas”. Y es también esa “luz blanca,/ que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos”, y cuenco que te contiene dentro como “a puñado de sal. O de luz”, que proclama Antonio Colinas en su “Fe de vida”.

La poesía siempre es un milagro. Un pájaro pequeño que canta sobre los cables sucios y rotos de la vida, nombrando con su himno inadvertido la promesa permanente de cada amanecer.

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