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SI LLEGAMOS A ESO

Dorothea Tanning, escritora neoyorquina fallecida en 2012, publicó su segundo poemario “Si llegamos a eso” cuando tenía 94 años. Poco antes había publicado “Índice”. Debido a esta tardía vocación, ella se consideró como “la más vieja de las poetas emergentes”. Ambas obras han sido traducidas y publicadas en los últimos años por Vaso Roto.

Pintora, escultora, ensayista, novelista y poeta, Dorothea Tanning construye su obra escrita con la suma de los materiales creativos procedentes de todas las artes que cultiva. Traducida la obra por Natalia Carbajosa, en “Si llegamos a eso” encontramos una mirada especial e intensa sobre la realidad, en la que lo consciente y lo inconsciente se expresan en igual medida para construir una experiencia imposiblemente objetiva que, sin embargo, procede siempre de la vivencia interior. No en vano esta autora ha sido considerada como una de las claras representantes del surrealismo norteamericano, surrealismo del que Walter Benjamin afirmó que era “el último destello de la inteligencia europea”.

Con una sintaxis que fragmenta con frecuencia la lógica, la escritora contempla un mundo que nombra en su existir cotidiano. Su mirada se posa tanto sobre las realidades más relevantes sobre las que aposenta su capacidad censora (“El sol estival,/ como un foco/ sobre la vergüenza de la ciudad:/ su herida abierta de cloaca), como sobre los pequeños sucesos diarios, desapercibidos -por repetidos y frecuentes- para la mayoría de las personas. Algo tan simple, por ejemplo, como el caer de las hojas en otoño: “el saludo a la multitud, un estremecimiento y// piruetas en el aire en ascenso para el salto;/ luego el vertiginoso juego con el viento”. O como el ver descender la nieve en el invierno: “Nada como una buena nevada/ para hacerte creer/ en el invierno”.

Lo irracional, lo incomprensible cobra una forma nueva en el poemario. En este sentido es significativo el poema, que da título al libro, “Si llegamos a eso”. Un texto donde, de una manera profundamente inteligente, se da cabida a lo absurdo mediante el recurso de un razonamiento que se enreda sobre sí para, al final, no decir nada. Al lector no se le escapa, por supuesto, la crítica profunda que se agazapa en este mecanismo argumental articulado sobre sobre el vacío. Esa reprobación a lo aparente va apareciendo, también, en otros textos como en el titulado “Mi amigo”, poema en el que el amigo aparece meditando “sobre el sentido del sentido”, “dicta sus sentencias/ como oráculos”, “lee dos libros a la vez”…, pero cuyo final -con profunda ironía- nos habla de su verdadera situación, al concluir, como si tal cosa, que: “De momento está sin trabajo”.

Todo el libro va enlazando hondas verdades que se encauzan poéticamente sin que la poesía se vea menoscabada en su lirismo por la intensidad del juicio crítico. Entre ellas, todas las referidas a las relaciones humanas, también con la cultura y con otros ámbitos de la realidad. Así, escribe, por ejemplo, que el Arte (con mayúsculas) habla por sí mismo, independiente de opiniones triviales de los supuestos especialistas: “Si el Arte se dignase a hablar, se mostraría, al fin,/ tal cual es, lo que todos deseamos saber ardientemente.// En cuanto a nuestras certezas, iría en pos de un seco bostezo/ y se tomaría un minuto para barrerlas bajo la alfombra”.

Igualmente, los vínculos y afectos humanos en toda su intensidad cobran forma poética, con frecuencia ayudados en su expresión por todos los usos retóricos que ofrece el lenguaje. Con ellos se estiran las emociones para nombrar lo indecible de otro modo. Así encontramos hipérboles, con las que se designan intensos, más allá de la lógica, la tristeza o el dolor: “Dijo él con crueldad: “venga llora”./ La estancia empezó a flotar/ al caer en su estanque de dolor,/ rebosante de sus ojos anegados en lágrimas”. Del mismo modo las sinestesias anudan y multiplican las impresiones sensoriales para conseguir, con ello, dilatar en el lector el sentido de lo dicho más allá de lo pensable: “manos infantiles/ que se abren cual bocas;/ diez dedos desdentados/ masticando aire”.

Hallamos asimismo interrogaciones con usos retóricos o problemáticos, en los que se incluye una carga crítica de enorme profundidad: “A quién le importa hoy que, en/ junio de mil setecientos ochenta y tres,/ dos grandes de Francia volaran por/ el aire y asombraran al mundo?” También metáforas de tradición clásica: “Si ella era tu fuente,/ eras tú su negro río/ de cabellos”. Ejemplo este último en el que la imagen se suma al encabalgamiento abrupto con el que se facilita y refuerza la figura del río que fluye, al tiempo que la de los cabellos que ondean. De igual forma se pueden encontrar personificaciones: “De la boca de los perros de la ciudad/ han salido algunas verdades útiles”, y tantos otros usos que reflejan el enorme dominio y cuidado lingüístico de la autora a la hora de elaborar una poesía totalmente anticonvencional y intensamente crítica con el mundo que lúcida contempla. El resultado del uso de tales recursos, insisto, nos habla de la calidad de la escritura de esta prolífica escritora.

La poesía de Dorothea Tanning demuestra que, aunque llegó tarde a este género, posee un amplio dominio de sus técnicas, lo que suma a su mirada original sobre la realidad que le tocó vivir. Es su escritura muy rica en todo tipo de usos, no sólo poéticos, sino también narrativos (formas verbales propias del relato, diálogos, incorporación de datos, narración de sucesos concretos), pero que en ningún momento cede en su lirismo y en su musicalidad. De este modo, en ella se emplea toda la riqueza que le ofrece la lengua para conseguir mostrar al lector un panorama emocional diverso, creativo, crítico, y profundamente emocionante.

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