Jeannette L. Clariond, poeta, traductora y especialista en el mito y en las religiones, es el reciente Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz de la Academia de Juglares de Fontiveros por su obra Ante un Cuerpo Desnudo, publicada por la editorial Reino de Cordelia.
Ante un cuerpo desnudo presenta la totalidad de la vida del sujeto lírico confiada a la imagen de un cuerpo roto y desnudo. La fragilidad cuidando de la fragilidad, y una certeza: “que todo cambia cuando miras”. Porque en el mirar profundo se comprende. Y así lo hace la escritora ante la imagen de un ser herido que la conduce por un intenso viaje interior que a ratos evoca -también formalmente- superándolo en lirismo, el Cuerpo de amor de su querida Alda Merini.
Junto a los ojos que contemplan, también está la desnudez, la de un bosque, la del crucificado, la de la poeta, la del lector. Profundamente espiritual, el poemario está conducido por un deseo y también por una angustia que se canaliza en la escritura. Es una obra movida igualmente por el desgarro y la identificación: “Soy el leño/ que teme/ arder en tu piel,/ esquila/ anhelando/ tu brillo.”
El sujeto lírico se mueve entre los extremos: abrasarse en el amado y, a la vez, anhelar ser uno con Él. Vida y muerte juntas, como oxímoron perfecto del hombre que aspira a ser Luz. O uno con su Voz. Sin duda alguna, San Juan de la Cruz late sutil bajo estos versos. “El poeta va coronado con millares de hojas” escribe Jeannette L. Clariond. Y el lector no puede dejar de recordar a aquellos amantes que retozaban en el lecho florido, “de mil escudos de oro coronado”. El sufrimiento es “Viento/ en llamas”, “Río llagado” pero, al final de él, la poeta reconoce detrás la redención: “Me llevas/ hacia una puerta/ y todo lo desmoronado/ se vuelve luz.”
También aquí toda la naturaleza habla del amor y al amor: peces, hojas, agua, todo es voz de canto del amado para la amada y viceversa. Detrás, siempre está el poema y, más aún, la Palabra, con mayúsculas, que es la única que puede salvar, con gran intensidad lírica y profunda belleza y musicalidad. Junto a ella el silencio, con todos sus rostros posibles: el de la pregunta suspendida en el aire que sin respuesta se torna llaga: “Si he vivido atravesada de silencio, ¿por qué no puedo salir de esta llaga?”. También el del desierto con la sed a cuestas, y con espinas, que se vuelve silencio como forma de escucha permanente: “Ese desierto que tú habías sembrado de espinas para probar que el amor es así: un caminar ciego sin pedir nada a quien se ama. Entonces opté por callar, por devorar los mil demonios de mis miedos, acepté que tan solo era una ancila de tu reino”.
De igual modo tiene cabida la muerte, que es siempre una forma de cesión necesaria, en forma de gaviota con las alas recogidas, de la que el sujeto lírico extrae una certeza: “Tarde de abandono/ sobre la sal/ para decir/ que la muerte/ no es sino/ aniquilación/ del deseo;/ un lento viento/ contra el seco velo/ si en soledad arde la playa.” Junto a ella, el rostro temporal del dolor, producido por la lejanía, por el abandono y hasta por cierta rebelión ante ambos: “Pero tú no podrías saber lo que es estar enfermo de abandono porque estás clavado en esa cruz temiendo los lamentos del infierno”.
Hay mucho de epifánico en la poesía de Jeannette L. Clariond, de revelación profunda y de claridad interior. Sus versos rescatan y reivindican la forma del espíritu que se encarna en el mundo: la belleza (“Fulgor descendiendo para alumbrar nuestros cuerpos”), que avanza hacia la fusión con el sujeto lírico: “Lentamente entrarás en mí, hasta encontrarte”. También se desvela en su escritura una naturaleza sensible a todo lo que hay de herido en el mundo, pero también a su fulgor y su esperanza. Nos vienen a la memoria entonces las palabras de la antes citada poeta italiana: “La belleza sólo es el desvelamiento de una tiniebla caída y de la luz que de ella emanó”.
En la estela de la mejor mística universal, la poeta rescata la filosofía perenne revelada en los símbolos sanjuanistas, un pensamiento que cruza espacios y tiempos para hablar de lo que es verdadero y universal, de lo que es intensamente uno. Termina el poemario con una conmoción: “Necesitaba ser escuchada. Acudí a ti en la noche más oscura. […] Nunca resucité tu dolor”. Muy bello poemario. Muy bello final.