Antonio Cabrera se dio a conocer con el libro En la estación perpetua con el que consiguió el “Premio Internacional de Poesía fundación Loewe” en la edición del año 2000. Entonces ya me conmocionó profundamente su escritura, porque reflejaba un equilibrio entre mirada, pensamiento y una serenidad infrecuente, que procedía de la capacidad de rastrear detrás de lo visible los hilos que constituyen la trama luminosa de la vida.
Casi 20 años después, publica ahora Gracias, distancia, un libro de aforismos que no hacen sino confirmarme lo que experimenté entonces. “Reina una luz unánime que iguala/ a todo ser, al darle a cada uno/ su cantidad exacta de presencia” comenzaba aquel libro, y eso es lo que hace él ahora en esta última obra, dar a cada pensamiento la luz necesaria para otorgarle su presencia y su existencia. Poeta grandísimo, Antonio Cabrera se lanza en esta obra al pensamiento breve pero contundente, perteneciente a la mejor tradición del aforismo, sumando densidad de contenido con la flecha formal que siempre da en el blanco. Gracias, distancia, publicado por “Cuadernos del vigía”, nos reconcilia con este género a aquellos que sospechamos siempre de la capacidad de que en los textos breves puedan contenerse verdades grandes, a aquellos a los que el aforismo actual, sin una formación filosófica y humanística detrás, nos parece con frecuencia una fórmula expresiva más ingeniosa que profunda. Pero no es esto lo que ocurre en los destellos lúcidos de Antonio Cabrera en este libro.
Dividido en seis partes, tituladas: “Parecido al viento”, “Desde César Simón”, “Poética”, “La letra celebrada”, “Luz”, y “Sobre pintura”, cada una de ellas ofrece variaciones temáticas a partir de la misma mirada. A la primera parte le da nombre la conclusión de la primera máxima, en la que pensamiento y viento se asemejan por su incapacidad de modificar la realidad: “Nuestro pensamiento puede llegar hasta las cosas, incluso doblegarlas; sin embargo, no las impregna ni las cambia, y pasa y todo se rehace. El pensamiento es parecido al viento.” Y esta certeza impregna cada uno de los aforismos siguientes, en los que se cuestiona la relación entre la mente y la realidad. Todos son magníficos, pero algunos -además- profundamente hermosos y abren no sólo las cancelas del pensar, sino que en ellos se produce una reverberación ruidosa e intensamente estética, semejante a la de la superficie quieta de un estanque cuando es violentada por un peñasco: “No encuentro en lo humano nada para lo que la nieve cayendo pueda servir de analogía”… Es sólo uno de los posibles ejemplos de lo señalado.
También es Gracias, distancia un ejercicio de certezas, de convicciones que invitan a mirar de otra manera, de ahí la acogida de la paradoja como modo de facilitar el despertar de la costumbre: “La noche que vivimos es diurna”. Cabrera descubre de manera natural la cualidad de un buen aforismo: nombrar lo que nadie dijo antes desde una expresión en la que todo el mundo se reconoce; dar forma a un pensamiento inarticulado de manera universal: “Lo bello se descubre por su mera presencia; lo bueno, por su reverberación”; “filosofamos porque miramos”; “el frío acelera la compasión”. Todos ellos son mucho más densos y significativos que su primera apariencia. Son frutos no de una reflexión de relámpago, sino de certezas de lago cuando atardece sobre él sin viento. Y también poseen su horizontalidad y su hondura.
Destaco, entre todas sus partes, la titulada “Poética”, pues como poeta me ofrece claves interesantísimas de escritura. En ella se desvela lo inexpresable del poema, y lo hace con la indefinición que precisa también todo pensamiento sobre la hechura del poema. Cuando se han leído muchas poéticas uno sabe que estas son como los pájaros, que se posan brevemente en la ventana y enseguida vuelan, y rápidamente son sustituidos por otros. Algo parecido me ocurre a mí con las poéticas, casi todas ellas me parecen bellas y lúcidas, pero su presencia en mi escritura es breve -incluso cuando son las mías propias- y rápidas se dejan empujar por otras nuevas.
Las poéticas de Antonio Cabrera contienen tantas dosis de certeza como de incertidumbre: “Frío en abril es poesía”, una poética de la piel, en lugar del pensamiento como origen. Y también esta otra: “La ilusión de la palabra exacta”, casi casi tautológica, que nombra también su inexactitud. Él mismo lo sabe y lo escribe: “En poesía la imprecisión ha de esculpirse con cuidado”. Y lo hace con toda la atención y la delicadeza de su sensibilidad. Algunos aforismos centellean y nos nombran a todos los que escribimos en su escritura: “Cuando se está siendo poeta -mientras se escribe un poema- no se sabe lo que se siente”.
En la estación perpetua reveló un poeta que medía y cuestionaba los límites de su pensamiento enfrentándolo a la realidad. En uno de sus textos más hermosos, titulado “La intimidad”, concluía: “He venido hasta aquí para escucharme/ y todo lo que alienta o es presente/ me ha hecho enmudecer para decirse”. Aquella conciencia del poder de la existencia frente a la razón ha crecido en esta última obra. También ahora, y así termina el libro, escribe sobre algo semejante: “´Hazme callar`, termina pidiéndole la mente al ojo”. Magnífico poeta. Genial también como escritor de aforismos. Quien tiene el don de la lucidez sólo necesita de un cauce para manifestarlo.