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Resucitar


Resucitar de Christian Bobin es un canto agradecido a la vida. Escrito tras la muerte de su padre, en él Christian Bobin relata, recrea, y disfruta de las lecciones aprendidas a través del dolor de alguien cercano. Como todos sus libros está lleno de la conciencia de lo perecedero, pero esa conciencia lúcida no aparece cargada de una melancolía previsible, sino de una percepción de lo verdadero. Lo que no parece importante nos salva, lo que no nos pertenece nos nombra: “Contemplar sin tocar, e incluso sin comprender: los gorriones, lo mismo que los muertos, nos invitan a ello con sus cantos”, escribe.

Bobin tiene el don de los poetas, de hecho, su prosa está hecha de fragmentos profundamente líricos. Pero más allá de que escoja palabras tocadas por la música, tiene sobre todo la mirada de aquellos que han sido abrasados por el dardo de la verdad, la belleza y el bien, y necesitan clavarlo en quienes leen sus textos. En ellos vuelca esa revelación demencial – y revolucionaria- de que en lo pequeño se contiene ya todo: “Yo considero como un milagro poder ver algunas cosas insignificantes. No me canso de esos milagros”.

El libro va intercalando experiencias vividas en momentos diferentes. La pérdida de memoria del padre, su vida herida en la residencia, su muerte, los afectos, las emociones y las lecciones. Y también la experiencia fulgurante de lo que es en cada momento. Y la comunión profunda con la naturaleza que creemos a nuestro servicio para nuestras necesidades, pero que tiene su propia voz: “Deberíamos dar gracias a los animales por su inocencia fabulosa y saber estarles agradecidos por posar en nosotros la dulzura de sus ojos inquietos que no nos condenan jamás”.

Resucitar es una obra cargada de señales, de agradecimientos, de instantes pequeños con su fuego diario, de una espiritualidad suave que no se impone por la fuerza, de mucha belleza, de mucha autenticidad, de un gran consuelo, de muchas preguntas, también de muchos pájaros, mensajeros siempre, y de la mirada como un sable, que corta la cortina de lo aparente para poder entrar en el fondo de su claridad profunda. Termina aludiendo a ella, como un Santo Tomás, que cambia el tacto por la vista: “creed solo en lo que he visto, porque realmente lo he visto”.

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