Padre es roca, es tronco, es sal, es tarde, es lluvia y viento.
Es nube y caricia.
Ternura, relato e infancia… Silencio y llanto.
Memoria.
“Al escuchar tu voz nocturna, padre, […] yo descendí del más hondo silencio/ y me hice llanto.”[1]
La memoria fecunda en su nombre la genealogía del destello y del canto. Entonces brota como hierba fresca la presencia, y en sus algas se reconstruye el mejor pasado.
El tiempo siempre selecciona, de entre todo lo que fue, aquello que nos hizo más felices. Pero los años lo vuelven hondonada a la que hay que descender, como Orfeo, para poder viajar a rescatar su canto.
Padre, o mejor papá, cuyo nombre enciende la saliva al pronunciarse, y cuya repetición invita al llanto cuando llega la herida.
Papá que siempre fue roca y altozano y castro tierno, y que ahora sólo pide ayuda para entrar en el reino de la lumbre.
Papá cuya herida produce un desconsuelo inenarrable.
Papá que está atado a la vida en cada hijo, en aquellos que escucharon diariamente en la eterna infancia todas las historias que hoy les hacen creer en la palabra -en la poesía- como un radiante sello del amor sobre la tierra.
Hay que salvar el diálogo con el padre antes de que el tiempo se aposente sobre la vida como la arena colmada de una duna. Antes de que ya no puedan volver a encontrarse la palabra ajena ni la propia juntas en el espacio común.
“Sólo ahora sabría hablar con mis padres,/ pero no puedo escuchar sus respuestas.”[2]
Antes de que el silencio negro lo invada todo y uno no pueda ya ni recordar cómo sonaba aquella caricia de palabras…, antes de que la distancia se haga infinita, como un acantilado horizontal que impida ver la realidad más pura por debajo de él, y solo pueda darnos paz la oración, una vez que han desaparecido de nuestro cielo todas las alas.
“Incendio en el trigal de mi niñez./ El alma es una piedra de inocencia./ Todo lo que volaba se ha posado.”[3]
Después, sólo queda la añoranza como un destello.
“Es de noche y desde este mirador/ contemplo la ciudad como un rosario/ de estrellas incapaces/ de remontar el cielo. En una de ellas,/ la pálida ventana de la 630,/ mi padre está muriéndose.”[4]
La añoranza engarzada en la memoria y también en la palabra, que en este signo muestra su ser más verdadero, y en nombrar esta ausencia recobra su sentido.
“Su luz, como una estrella que murió, / y sin embargo vemos aún brillar,/ sigue parpadeando todavía,/ a sideral distancia, en estos versos.”[5]
Cuando el padre falta, siempre está esperando detrás de la esquina, escondido del tiempo, el olvido.
Primero es la voz, que pierde su hechura firme, su vibración enhiesta. Después se desdibuja la sonrisa, que ya sólo es un concepto son-ri-sa. Sabemos que existió, nos lo recuerda el niño que fuimos en su presencia, pero ya no la vemos, ni nos acaricia…
Luego está ese diluirse en agua de los rasgos de acuarela de sus ojos, los colores van perdiendo los matices, y también los gestos de la cara, los besos y su suavidad de cauce, las arrugas que fueron haciendo nido entre las manos.
Juan Vicente Piqueras le reza, confundido con el Dios padre, olvidada también la oración de niños, repite y repite, “perdóname”, añadiendo al perdón, después, “el olvido”.
“Padre nuestro, perdóname el olvido./ Sé muy bien que mi padre me lo perdonará.”[6]
Aunque sabemos que de este viaje no se podrá regresar ya nunca.
A lo lejos, detrás de su memoria, seguiremos escuchando su regazo encendido, bajo el cual nos sentiremos siempre protegidos por su aliento, por sus palabras y por su cuidado, ahora ya transparente.
“Si no estoy a tu lado cuando el sol se anuncie/ recorre sus caminos sin temor, descalza.”[7]
Descalzos, en la evocación de su amparo, comenzamos entonces a escuchar la música del tiempo.
[1] Bonnett, Piedad, Lo demás es silencio, Madrid, Hiperión, 2003, p.9.
[2] Zagajewski, Adam, “Conversación”, Asimetría, Barcelona, Acantilado, 2017, p. 35.
[3] Salas Días, Miguel, La Luz, Madrid, Hiperión, 2007, p. 67.
[4] Tendero, Arturo, “Relatividad”, en El otro ser, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2018, p. 74.
[5] Ibídem.
[6] Piqueras, Juan Vicente, Padre, Sevilla, Renacimiento, 2016, p. 94.
[7] Grajera, Abraham, “Sobre el amor”, en Andújar Almansa, José, Centros de gravedad. Poesía española en el siglo XXI (Una antología), Valencia, Pre-Textos, 2018. p.87.