El canto da sentido a todo lo vivido.
Le pone bridas al destello para que pueda hacerse carne de melodías y palabras.
No tiene su origen en los labios, sino que estos son sus profetas más atentos, los que le silabean en la cúpula del día sus fulgores:
“Entonces él canta. Entonces encuentra en su canto más que una luz y más que un mundo: encuentra su verdadera casa, su verdadera naturaleza y su verdadero lugar.”[i]
El canto es anterior a la palabra, y consecuencia de una mirada iluminada y su posterior asombro, el testigo de que, escondidas bajo su sombra, todas las cosas pequeñas poseen un costal de luminosidad que indica a los hombres el sentido de todo:
“Canta el mundo/ restituido a los hombres, los aromas/ del lado más remoto de mi tiempo,/ el brillo de las cosas diminutas/ y los ojos que saben descubrirlas.”[ii]
De hecho, el canto es su profeta necesario. Su flecha más certera. El resultado más claro del reconocimiento del milagro:
“alabar es poner en la luz”[iii]
El canto se impone sobre cualquier otra emoción y, más allá de ellas, el pasmo invade los sentidos, y el poeta se pregunta, respondiéndose al tiempo:
“¿no ha de alzarse mi estrofa?// Crece en mí, voz del pasmo,/ canta en mí, vida mía”.[iv]
El poeta es siempre la caja de resonancia de la voz del mundo, del cántico asombrado de las esferas ante su propia luz. Por eso el poeta anuda símbolos y sentidos en una sinestesia imposible que roza los extremos de lo irracional, aunque las manos no lleguen a conocer lo que tocan:
“Si bien no conozco la música,/ mis manos tocarán para él/ todos los espectros de la dicha […]/ cantaré para él/ todos los colores de la tierra”.[v]
Cantar frecuencias de latidos de dicha o de colores es lo mismo, porque bajo todo late igual ritmo y el poeta se silencia para dejar hablar dentro de sí a la música que le escogió para sí el día de su llegada al mundo del susurro.
El poema como el canto es la certeza profunda de que bajo todo lo que vive alienta un soplo sagrado:
“si miras cualquier cosa un largo rato/ y dejas que entre en ti,/ que te vacíe de tu oscuridad/ y que en tu ser halle cobijo y sea,/ verás y sentirás que cuando miras/ tú eres mundo también,/ que en ti la vida se entrecruza y canta,/ y que todo es sagrado”.[vi]
También el cuerpo canta, silabean melodías todos sus órganos. Dice su canción la mano y su caricia, coloca sus notas al aire la respiración consciente y pausada, que asimila su ritmo al del viento, al del mar, al de la luna, al del nocturno sueño…Y entonces:
“Cantar es la manera/ de encender una luz/ en la cueva profunda de la carne,/ la sola soledad, mi compañía”[vii].
La música cauteriza las heridas de la carne en su frecuencia cargada de armónicos que hacen de la soledad la piel de su golpeo.
El cántico da forma siempre a las palabras de sus testigos. Es la misión fundamental del poeta. Hace de la locuacidad poesía. Situarse entre el canto, el frío o el incendio:
“Entre labios y labios no sabía/ si cantaba o nevaba o ardía.”[viii]
Su cauce también ofrece una cárcava de plegaria para el que al final de todo instante que se marcha vuelve sus ojos al misterio y en él pide la piedad de la memoria.
El que suplica que el paso del tiempo no haga mella en pensamiento:
“Pájaro largo del otoño acuérdate/ de mí,/ y de este canto,/ cuando estés en tu reino.[ix]
Pájaro o poeta, canto y reino se hacen, así, un solo soplo o un acorde.
Foto: Asunción Escribano
[i] Bobín, Christian, El Bajísimo, Bilbao, El gallo de oro, 2016, p. 51.
[ii] López Sandoval, David, “Canta”, en Cuenta atrás, Madrid, Hiperión, 2018, p.9.
[iii] Cabrera, Antonio, Gracias, Distancia, Madrid, Cuadernos del Vigía, 2018, p. 78.
[iv] Gallego, Vicente, ”Canta”, en Mundo dentro del claro, Barcelona, Tusquets, 2012, p. 17.
[v] Merini, Alda, Francisco. Cántico de una criatura, Madrid, Vaso Roto, 2014, p. 55.
[vi] Sánchez Rosillo, Eloy, “Cuando miras despacio”, Hilo de oro (Antología poética, 1974-2011), Madrid, Cátedra, 2014. Ebook.
[vii] Iniesta, José, El eje de la luz, Sevilla, Renacimiento, p. 20.
[viii] De Andrade, Eugenio, Todo el oro del día, Valencia, Pre-Textos, 2001, p. 145.
[ix] Valente, José Ángel, “Pájaro del otoño”, en Obras Completas I. Poesía y Prosa, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2006.