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La distancia que media entre la realidad y nuestros ojos la cubre la palabra.

“Comprender es dar cuenta de las coincidencias que resultan de la comparación de pedazos de realidad muy diferentes. El mérito de una comprensión es tanto mayor cuanto más grandes sean las coincidencias detectadas en pedazos de realidad cuanto más diferentes mejor”[i].

Pero esa distancia puede ser muy grande, ya sea apertura de la realidad inmensa tienen que abrirse también las palabras, haciendo entonces labor de nudo, de bastidor sobre el barranco de la distancia donde se ajusta el nuevo ejemplar de experiencia, porque la realidad y lo percibido, aunque esto último pertenezca al terreno de la reflexión forman parte de la misma trama.

“Las formas de lo pensado atraviesan con facilidad el límite entre el sujeto y el predicado, con una extraña familiaridad que intercambia a menudo los papeles, y en la que la objetividad es tan solo una ilusión de residencia en el cuerpo. Lo que ocurre fuera es tan real como lo que ocurre dentro –aunque no por ello tengan ambas cosas que ser necesariamente verdad., y la mente extiende sus dominios a un lado y a otro, sin hacer distinciones”.[ii]

Y de ese fogonazo surge la metáfora, que no es sino una inclinación a decir la unidad real de todo.

Los poetas, los filósofos y los científicos acuden a ella para que los salve en la experiencia de los límites en los que recrean la experiencia inicial, abisal.

“Desde el interior de una casa, alguien mira el jardín nevado a través de una ventana cerrada. En la pantalla gris siguen cayendo copos de nieve, formando una cortina sin peso. Si el espectador abriera la ventana, extendiera el brazo e introdujera la mano en la pantalla gris, podría extraer de ella un pañuelo blanco.”[iii]

Nieve y pañuelo son ahora, en los versos una misma realidad, porque están hechos de material semejante: la mirada y la escritura, y la fusión -y su correspondiente fisión- de ambas sobre la superficie pulida de la página.

La metáfora suma la capacidad de ver con la de crear. Adiciona las posibilidades que tiene el lenguaje como generador de nuevas realidades con su posibilidad de cortar la realidad y penetrarla en su diseño más profundo.

Su etimología apunta a esta segunda acepción, puesto que procede del término latino metaphŏra, derivado, a su vez, del verbo griego μεταφερω que significa llevar a otra parte, trasladar.

De aquí que el camino entre lo que se ve y lo que se intuye pueda ser recorrido fácilmente por la metáfora.

A más riesgo, mayor posibilidad de visión.

A mayor distancia, mayor escalofrío.

[i] Wagensberg, Jorge, Más árboles que ramas, Barcelona, Tuquets, 2012, Ebook.

[ii] López de Silanes de Miguel, Carlos, “Las palabras o la lluvia”, en Revista de Occidente, nº 422-423, julio-agosto, 2016, p. 48.

[iii] Gutiérrez, Menchu, Decir la nieve, Madrid, Siruela, 2011, p. 20.

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