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Diario de la cuarentena. Día 3.

Hace unos días manifestaba yo en las redes, compartiendo una viñeta firmada por “72 kilos”, mi esperanza de que pasara lo más pronto y de la mejor manera posible la causa de la cuarentena. “Esperemos”, decía el protagonista del dibujo en lo alto de una montaña a otra persona que se hallaba, rente a él, en lo alto también de un montículo, separados ambos por un amplio valle o precipicio. Con su “me gusta”, mi amigo Xabier Pikaza me contestó: “Esperamos”. Y me di cuenta entonces, a través de la modificación de esa letra letra (la “a” por la “e”) de hasta qué punto nos falta la confianza que creemos tener en los momentos importantes de la vida.

Yo misma, queriendo manifestar esa confianza, asumí como bueno el modo subjuntivo, que lo que realmente expresa, en el mejor de los casos, es un deseo; cuando no una convencida resignación. Se trataba de una incoherencia lógica que Xabier Pikaza echó abajo con su “Esperamos” que me abrió los ojos. Frente a mi dubitativo ¡Esperemos! Él contestó diciendo: ¡Esperamos! Con el uso del indicativo no solo despertaba y ponía en movimiento mi actitud mental y espiritual durante la cuarentena, sino que estaba llevando a cabo un acto realizativo de manera que convertía en cierto lo que estaba diciendo y permitía a la esperanza, así, cumplir su objetivo. Es más, la fuerza del indicativo dotaba de una nueva intensidad luminosa al verbo esperar.

Las palabras que empleamos y con las que pensamos dan forma a nuestra identidad, y construyen nuestros días. Hay momentos en la vida en los que no hay que limitarse a esperar a ver qué pasa, sino que nuestra actitud mental y vital es esencial, y puede ayudar a encauzar los hechos. Más aún en el tiempo de Cuaresma en que nos encontramos, y en el que sabemos que está a punto de suceder, como todas las primaveras desde que existen las estaciones, el renacimiento de la vida en toda su plenitud. Por eso, si es obligatorio pasarla, no hay mejor época que esta para una cuarentena.


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