Desde ayer ya sabemos que la cuarentena viene para quedarse; al menos para acercarse, propiamente, a los cuarenta días de su nombre. Para paliar su efecto nos dan una noticia buena: el clima de nuestras ciudades ha mejorado enormemente. Tengo la sensación, por lo que hablo con los conocidos y familiares, que todos empezamos ya a intentar dar con una postura lo más cómoda posible para pasar el tiempo que le quede a (o se alargue) la cuarentena.
Habrá quienes se sientan seguros a la sombra del teletrabajo y en ella hallarán cobijo, al tiempo que evitan pensar en otras cosas. Estos serán los que mejor lo lleven; aunque “de lejos”, trabajan al menos. Quienes piensan, en positivo, que esto nos va a hacer mejores, que sepan que nada que no sea ayudar a los otros irá en esa dirección cuando acabe esta primera fase. Nicolás Gómez Dávila escribió, en este sentido, que “el hombre es más capaz de actos heroicos que de gestos decentes”.
Otros se centrarán en este cierto modo de comportarse cívicamente que, mayoritariamente, parece imponerse, y será el lecho sobre el que reposen estas semanas. Y también estarán aquellos que decidan (mis gatos entre ellos) alargar el sueño; recordemos aquel personaje a través del que Borges nos decía que “dormir es distraerse del mundo”, y quizás no sea mala opción, como tampoco la otra versión de lo mismo, que es la de quien ve el momento -siempre aplazado- para encontrarse consigo mismo.