Ayer fui por vez primera a la compra durante la cuarentena. Algunas cosas me llamaron la atención y otras me preocuparon. Por ejemplo, aunque los supermercados están bien abastecidos, había productos que habían desaparecido de los estantes, y estos parecían la boca de los niños cuando empiezan a perder los dientes. En concreto los de limpieza, lo que me hace pensar que nuestro grado de higiene, ahora que no hacemos vida social, es mayor (o responde más a cierta obsesión) que cuando la hacíamos. En cualquier caso, volví a casa sin lejía. Con lo que les gusta a mis gatos que huelan a ella sus alcobas.
Del papel higiénico no digo nada, se podría escribir la Enciclopedia Británica con lo que esta cuarentena está dando de sí con él y con sus fans. Decía María Kodama que Borges –sí, lo siento, le cité también ayer creo, pero viene a cuento– que a pesar de su ceguera siguió comprando libros toda su vida. ¿Dirá alguien dentro de 50 años que, pasada la cuarentena, su cónyuge continuó toda su vida comprando más papel higiénico del que necesitaba? Al fin y al cabo, como Borges, se trata de una obsesión por el papel.
Lo que no me gustó fue cierta inquietud por los espacios obsesivos y extremos en algunas personas, sensaciones extrañas que creo que surgen de la cuarentena, y que espero que se pasen cuando ella. Me recordó algo que leí el domingo y de lo que hablaré otro día. Por lo demás, había algo especial en aquellas primeras horas de la tarde (además de un cielo claro y limpio tras una tormenta que, menos mal, me pilló en el supermercado). Hacía nueve días que no salía de casa y supongo que eso también influyó. En fin, Fernando me dijo hace unos días que le diera un toque de humor a mi diario, que queda siempre demasiado trascendente, pero no sé si, con lo papelero que es, le gustará este humor tibio que me ha salido hoy.