Quienes creen que “el siglo xx es un naufragio que no acaba” se agarrarán a que esta cuarentena, pese a ser un suceso global característico del siglo xxi ha tenido lugar un siglo después de la gripe que sacudió a la población mundial a principios del siglo pasado. El periodista Daniel Mediavilla nos informa en El País de que, en España, en 1918, “la gripe mató a 147.114 personas, en 1919 a 21.245 y en 1920 a 17.825”. España tenía entonces 20 millones de habitantes. Un siglo después, esto parece el juego de la Oca y hemos caído en la calavera: vuelta a empezar. Algo falla en nuestra especie.
Algunos analistas, como el filósofo Byung-Chul Han ya empiezan a señalar consecuencias, y no se deja llevar por el optimismo: “El virus nos aísla e individualiza. […] La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. […] Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana”. Evidentemente, mis lectores veteranos (Día 3) ya se habrán dado cuenta de que dice “confiemos” y no “confiamos”.
Permitidme una tercera opinión. Es la del teólogo Leonardo Boff, antiguo franciscano y ecologista que en enero de 1980 inauguraba la cátedra San Buenaventura en la Universidad Pontificia de Salamanca. En un artículo de hace unos días señala: “Lo que puede salvarnos ahora no son las empresas privadas, sino el Estado, con sus políticas generales de salud, siempre atacadas por el sistema de "mercado libre"”. Es decir, lo que nos está salvando son los restos del denominado Estado de Bienestar creado, precisamente, en la Europa de la posguerra de la que ahora algunos reniegan. Parece ser que el siglo pasado sí aprueba el examen y nos va a permitir todavía hoy vivir de sus rentas y, en medio de esta tormenta poder, al fin, volver a ver el sol.