Intentando luchar contra la apatía y el dolor que pugnan por adueñarse de mi cuarentena, corrijo pruebas de un texto escrito hace meses, con motivo del día del libro, que supongo que no celebraremos comprando (pero sí leyendo). Me reencuentro así con el bello texto El cuarto del Siroco, del poeta Álvaro Valverde. En él nos dice que, en las casas patricias sicilianas, el cuarto del Siroco era el lugar de refugio de los habitantes frente a este viento agresivo y caliente.
Me informo de las características de este viento en Wikipedia, y me entero de su excesiva virulencia en otoño y primavera, ya que alcanza sus máximos en marzo y noviembre. No hace falta leer más para volver a sentirme nuevamente sumergida, esta vez por el asfixiante siroco, que nos envuelve y que ha hecho de todas las habitaciones de nuestros hogares “cuartos del Siroco”. Leo también que es un viento de procedencia africana, que llega procedente del Sahara. Presiento, sin embargo, que el particular siroco que nos ha encerrado en casa esta primavera, que procede del Norte, empieza a llegar al Sur, y las noticias de Médicos sin Fronteras no son, en este sentido, nada halagüeñas.
Ayer puse una foto de unas manos… recuerdo ahora mientras escribo esto, por muchos motivos, personal e intensamente doloroso uno de ellos, a mi querida Manos Unidas. Si nuestra crisis va a ser importante, la del mundo que vive a la intemperie puede llegar a ser una masacre. En la más cercana nos jugamos la economía; en la que aparentemente está más alejada, nos jugamos una vez más, nuestra credibilidad moral como especie. Ojalá pudiera hablar en indicativo. Ojalá estemos a la altura. Ojalá.