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Diario de la cuarentena. Día 15

Hay un texto de Chantal Maillard que, por su lucidez y su acierto, me gusta mucho citar. En él concluye la escritora: “No nos engañemos: la comunicación es un acuerdo o, a lo sumo, la conciencia de que todos compartimos la misma oscuridad y la sospecha de que, en el naufragio, tratamos de romper la misma escotilla”. Sin duda alguna esta es la razón de ser de este diario, que intenta reflejar una, de las muchas posibles, manera de vivir la extraña/terrible situación que todos estamos atravesando.

A través de esa citada escotilla rota, percibo en este primer y hermoso domingo –pese a todo– de la primavera, que la tierra respira y se prepara, como todos los años, para su particular renacimiento. Todo me habla: las aves; una primera mariposa entre las tímidas primeras flores; una amapola nerviosa y los lirios, exuberantes ya sus hojas, ignorantes de nuestra cuarentena. Parecen querer decirme en este festival de sonidos y colores que es esta estación esperanzada: “¡la vida brota de nuevo, estrénala con nosotros!”.

Pero este año, algo se añade a mi percepción, una extraña sonoridad en el aire que, más allá de los escasos camiones que circulan por la autovía hacia Madrid, ensalza lo evidente: la ausencia del hombre. Daría para un poema el titular escogido hace unos días por el diario 20minutos.es, y hasta la métrica ha inspirado al periodista: “El resultado del aislamiento: Las aguas de Venecia cristalinas, un delfín en Cagliari y patos en las fuentes de Roma”. Sin conciencia de ello, la naturaleza aprovecha la ventaja que se le otorga, y se hace de nuevo con el control, en apenas unos días, del mundo. Nos muestra nuestra desacertada relación con ella, y también nuestra pequeñez, sin la que el universo podría perfectamente seguir adelante.




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