Empecé este diario como cauce de comunicación de los pequeños sucesos cotidianos experimentados en la cuarentena que me hablaban de la vida. Y también para compartir lecturas, poemas y palabras. Siempre –también–dándome cuenta de que una de las funciones clásicas de la narración es la de intentar engañar a la muerte, o mejor aún, distraerse de ella. Desde la Ilíada hasta Boccaccio, desde Sherezade hasta Primo Levi. Y por supuesto, este y todos los blogs que se están escribiendo durante la cuarentena, buscan también pasar mejor este tiempo confuso.
Por ello, quizás ayer hubiera podido contar la historia del peregrino viajero que llega hasta las puertas del cielo y encuentra a un pintor, acompañado de unos duques, que le sale a recibir y que le dice:
“Bienvenido seas, hermano. Tiempo hace que te esperaba”.
“Pues ¿cómo es eso?,” –le responde el peregrino viajero.
“De un tiempo a esta parte llegan hasta aquí personas de Salamanca que saben del cuadro de la Inmaculada, en el convento de las Madres Agustinas, más que yo, que fui quien lo pinté por encargo de estos señores aquí presentes”.
“¿No me diga que es usted Ribera, el Españoleto?” –replica sorprendido el peregrino viajero. “Vaya, vaya, pues sí, un cuadro precioso, casi perfecto, diría yo. Algunas cosillas le apuntaría…, pero, bueno, no es el momento. Tiempo tendremos”.
“Tiempo tendremos, es cierto” –dijo el pintor.
“Por cierto, señor Duque,…” –se dirige el peregrino viajero al mecenas mientras entabla con ellos una conversación– “…claro, yo tenía unas dudas de autoría sobre algunos de los cuadros de la iglesia que seguro que me podría usted aclarar…”
Así es como me dice Fernando que podía haberlo planteado, para no narrar –quizá– tan intensa la tristeza. No sé si a la escritura hay que venir llorado o no ya de casa. Sin embargo, estoy convencida de que, si es que no, para eso está la página en blanco, para secar nuestras lágrimas o mantenerlas fijadas para siempre en la historia. A lo mejor, se me ocurre, por eso Juan el evangelista pudo hacer literatura teológica con su precioso Evangelio, pura poesía. Porque probablemente lloró y, cicatrizada el alma y elevado el espíritu, fue capaz de narrar a vista de pájaro, los acontecimientos que rodearon la vida de su maestro y amigo. ¡Ay, si yo pudiera…!
Cuadro del ramo de flores ofrecido por un ángel a la Inmaculada, en la iglesia de La Purísima