¡Quién iba a decirle al 2020 que abril abriría cerrado en sí mismo como una mañana que la niebla oculta! ¡Quién iba a decirle a este año que tan rápido ha envejecido que su mes más juvenil iba a ser incierto, oscuro y, en absoluto, brillante! Pero así son las impresiones y experiencias que emergen ante nosotros estos días: extrañas, paradójicas, realmente cercanas y distantes, a la vez. Desde que empecé este diario, apenas 20 días, tengo la sensación de que hubiera pasado toda una vida.
He visto el sol intenso en el invierno. También nevar en primavera. He contemplado esperanzada cómo brotaban las flores en el manzano, en el joven almendro tan querido por los gatos, en el membrillo, el guindo y los ciruelos. Aún resisten las primeras flores de un peral hermoso regalado hace años por alguien que ya no está, pero que sé que me quiere y me cuida. También he asistido a cómo el viento arrancaba todos los pétalos con su furia a esas flores de los frutales. He leído cifras terribles en los periódicos. Y he escuchado hablar de la ralentización de esa curva esperanzada.
He sentido que esto era algo pasajero. Y también cómo se clavaba su dardo en el corazón de los más frágiles y vulnerables. He visto curarse a mucha gente. Y he tenido que despedirme, sin estar preparada para ello, de algún amigo a quien quería mucho, mucho… como en esas películas en que se llega a la estación tarde y cuando el tren ha iniciado su marcha, lenta pero inexorable. Y después de pocos días, de tanto tiempo, sin embargo, estoy cansada… Y también me siento, de nuevo, renovada para seguir llevando entre mis manos la Utopía que me enseñaron mis Maestros: Fructuoso y José Manuel. La Utopía, ese fuego intenso que se filtra inmortal entre las ramas, alejando la sombra con su lumbre.
Dichoso mes de abril este que renace hoy, con el décimo octavo día de esta cuarentena, en el que, igualmente “Resistiré” como “Gracias a la vida, que me ha dado tanto”, no dejan de sonar en mi interior.