Quién sabe si la sensación de la pérdida de los maestros o sencillamente la nostalgia, me llevan a releer una de estas tardes de primavera cautiva un –viejo ya– tomo de artículos de mi añorado Juan Goytisolo en que leo lo siguiente: “Para quienes miran y ven más allá de sus narices y advierten la catástrofe que se incuba en un plazo relativamente cercano, la necesidad de un cambio de rumbo, de un “bienser” general y una vuelta a los valores ético-culturales que alentaron las precarias conquistas del ser humano es algo acuciante, tanto más acuciante cuanto más demorado”.
El texto, escrito en septiembre de 1994, tiene ya más de un cuarto de siglo, pero sirve para enseñar a los más jóvenes, y recordar a los menos jóvenes, que hace décadas ya que los hombres y mujeres de este planeta sabemos que hay cosas que no estamos haciendo bien. La cuarentena se está encargando de que nos quede claro –tiempo hay para reflexionar entre paseo y paseo por el pasillo– que nuestro mundo se tambalea a la menor. Que de todo lo que podía pasarnos, esto tal vez no sea lo peor. Que cualquiera de las películas de virus o similares de las últimas décadas nos han descrito posibilidades, todas ellas, más terroríficas y desesperanzadas que la que estamos atravesando.
Cualquier día la cuarentena se levantará por la misma decisión política que la hizo descender sobre nosotros y saldremos corriendo nuevamente a nuestros trabajos forzados (¡cuánto le gustaba a Fructus la etimología de trabajo –tripalium, instrumento de tortura de tres palos–) y todo se evaporará… Si en esta cuarentena nos empiezan a hacer más falta los productos emocionales que los de alimentación y limpieza, intuyo que tras ella, mejor que aprender a tener la casa surtida de productos básicos para la próxima vez, más nos valdría empezar a vivir con los mismos sentimientos de amor y solidaridad con los que estamos conviviendo estos días. Tal vez si lo hacemos así la próxima cuarentena será más llevadera para todos.