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Diario de la cuarentena. Día 20


Mientras el mundo, sin que sepamos bien cómo, está cambiando, la cuarentena nos pide equilibrios extraños. “¿Puedes amar con tu mente/ y razonar con tu corazón?”, escribió Henry D. Thoreau hace más de siglo y medio. Él, que había decidido confinarse por voluntad propia en mitad de la Naturaleza, nos legó unos bellísimos poemas que llaman la atención por el mensaje que trasladan al lector acerca del amor y la solidaridad entre los hombres y, por supuesto, hacia el entorno natural.


Algunas noticias empiezan a prepararnos para asumir que el estado de sitio al que nos somete la cuarentena será más largo de lo que pensábamos hace unos días: “Una veintena de universidades no volverán a las clases presenciales este curso”. Poco a poco, como quien no quiere la cosa, nos empezamos a hacer al hueco en que moramos, como si una versión low cost (la globalización sigue respirando) del “síndrome de Estocolmo” se nos hubiera inoculado junto a la razón de la cuarentena. Y pienso que no es malo, al fin y al cabo, pues, sobre todo, nos ayuda a sobrevivir, que es lo importante. La misma Naturaleza que parece querer matarnos se empeña, sin embargo, en que resistamos. O quizás intente paliar los daños colaterales provocados por su legítima actuación en defensa propia. Quién sabe.


Quién sabe si no permanecerá ya para siempre algo de la cuarentena en nuestras vidas futuras. Quién sabe si todo esto no está guionizado (como el “Sálvame”) y se trata de guiarnos hasta una nueva forma de vida en la que consumamos y viajemos menos, en la que valoremos más a quienes nos cuidan, en lugar de a quienes no lo hacen. Escribió Thoreau: “Dicen los hombres que saben muchas cosas,/ mirad: hemos obtenido alas,/ las artes y las ciencias,/ y otros mil dispositivos.// El viento sopla/ y eso es todo cuanto conocen”.


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