Ayer, Domingo de Resurrección, los aplausos adoptaron una forma aún más épica, si cabe, y dejaron espacio a las caricias sonoras de nuestras campanas, que se unieron al apoyo y al reconocimiento tanto de los que sufren estos días, como de los que les ayudan. Por lo demás, aun con toda la alegría que un día como hoy supone para el creyente, continúo añorando a los que ya no están con nosotros. Pareciera que la imposibilidad del duelo evitase cicatrizar las heridas. Hoy ha sido Cernuda quien la abre de nuevo: “Así olvidaste,/ amando su existir, temer su muerte”.
Y hablando de amor, decía Gabriel Zaid, en uno de sus juegos de palabras, que en los inicios del Cristianismo “lo esencial era el amor, no la ascética que fue haciendo del éxito una nueva religión”. Creo que estos días de la cuarentena desprenden algo de cristianismo primitivo, si no en relación al amor, sí en cuanto a algunos de sus aspectos como el compartir ratos de balcón, hablar con los prójimos y hasta ayudarlos, tratar a todos por igual (y no solo en cuanto al metro de distancia).
Hace unos años, la editorial salmantina Sígueme publicó un interesante volumen titulado La paciencia, y cuyo subtítulo refería: El sorprendente fermento del Cristianismo en el Imperio Romano. El autor, Alan Kreider, daba cuatro razones para el auge de la nueva religión: la paciencia; el comportamiento corporal y visible (habitus); la catequesis y el culto, y, por último, el fermento. También la cuarentena, si queremos que fructifique de manera positiva, habrá de apoyarse y hacer suyos estos bastiones. Mientras, la primavera continúa, hoy más que nunca, con su avance imparable; como la vida en mi jardín.