No hay mejor catequista que Lucas cuando relata el encuentro de Emaús (Lc 24, 13-35). Aquel momento que, para los cristianos, tuvo la promesa de la abundancia. Cuando la cuarentena se levante y volvamos a la vida normal… ¿nos reconoceremos unos a otros?; ¿se dará un Emaús entonces y arderá nuestro corazón cuando volvamos a encontrar a los amigos? O, por el contrario, ¿volveremos a pasar de largo ante nuestros semejantes como hacíamos antes de que la cuarentena nos mostrara sus fauces? Emaús fue en realidad un reencuentro. Escribirá Juan años más tarde: “Lo acompañaron, vieron donde vivía y se quedaron aquel día con él, serían las cuatro de la tarde” (Jn 1, 39).
Por cierto, y ya que hoy es 14 de abril, y hablamos de catequistas y encuentros (y reencuentros), escribe José Manuel Hernández en su “In memoriam. Fructuoso Mangas Ramos”, que los catequistas –en la parroquia de la Purísima–“llegaron al centenar”. Pero eso es humilde modestia que no explicita que, si bien en algún momento determinado llegaron al centenar los catequistas, lo cierto es que a lo largo de sus 40 años como párrocos fueron varios los centenares que salieron de la fábrica de catequistas a cuatro manos que ha sido la parroquia de la Purísima en la Salamanca de entre siglos; reverberación del primigenio encuentro en Emaús. Una herencia que hoy sostienen, como atlantes de este cielo heredado que es la parroquia de la Purísima, Poli y Matilla.
Quizás el simbólico centenar nos hace sospechar que, el biblista experto y concienzudo que es José Manuel, piensa en la primera generación de creyentes y, en concreto, entre otros en los siete a los que alude el discípulo amado (Jn 21), o en los once de Lucas (24, 36ss) o, ya en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en los doce, etc., hasta el encuentro con “más de quinientos hermanos” al que Pablo se refiere en 1 Co 15, 6.
Así hasta llegar a nosotros, parte también de ese encuentro colectivo que libera de todo confinamiento. Para siempre.
foto: Fructuoso Mangas