Hablaba ayer con un familiar que me decía lo mal que lleva el confinamiento porque requiere estar luchando en todo momento contra la desidia y la tendencia a dejarse estar. Yo también, lo reconozco, algunas mañanas, pese a haber descansado, encuentro mi energía descolocada, y como tirada por el suelo al amanecer. Me hallo de nuevo, apenas levantada, en este teatrillo al que nos relega la cuarentena y me siento reptar por las horas entre unas tareas y otras.
A veces pareciera que quien escribe convoca luego aquello de lo que habla. Solo hace unos días que este diario mostraba algunas de mis reflexiones haciendo uso de conceptos como la paciencia y la espera. Ayer, leyendo un bellísimo libro, para quien guste de la jardinería, del filósofo Byung-Chul Han, Loa a la tierra. Un viaje al jardín, doy con esta frase en la que me reconozco: “Durante mi trabajo en el jardín me he enriquecido de tiempo. El jardín para el que se trabaja devuelve mucho. Me da ser y tiempo. La espera incierta, la paciencia necesaria, el lento crecimiento, engendran un sentido especial del tiempo”. Me parece un hermoso ramillete de consejos para sobrellevar la cuarentena.
En cualquier caso, reconozco que no todas las cuarentenas son iguales, y que la mía, por externa a la ciudad presenta algo de monacal. Pero, quizás, si dura lo suficiente quizás salgamos todos de ella un poco mejores ya que, como escribe el monje trapense André Louf, a medida que se avanza en un proceso de meditación, “el recogimiento, que un día nos parecía forzado o natural, resulta ahora natural”. Aun así, no estoy del todo convencida, y no pocas veces me entran ganas de cruzar el río y escaparme a la calle Toro para percibir de nuevo bullir la vida en plenitud … pero me acuerdo entonces de que todavía el mundo está cerrado. Y vuelvo a los libros.