He de confesar que cuando escucho hablar a los gobernantes y a los grandes líderes políticos, pierdo la esperanza de que vaya a cambiar algo tras este paréntesis de varias semanas –meses quizás– que vamos a pasar en situación de cuarentena. Hay quienes ya se están preocupando más por la economía que por la salud, lo que, a mi entender, implica que estos la salud, al menos la mental, hace tiempo que la perdieron. Por otra parte, el paisaje que empieza a entreverse anticipa una situación económica alarmante. Cuando esto se dé, mucho me temo que la solidaridad internacional va a ser más escasa que la nieve en la playa.
Esta va a ser una de las consecuencias de la cuarentena. Como escritora, soy consciente de la importancia del uso de las palabras en este momento, Nunca podré dejar de estar segura de que siempre hay algo que podemos hacer, aunque sea a pequeña escala. La comunicación puede servir para esto, para tender puentes cuando el espacio es demasiado grande para abordarlo de un salto. Si el mundo que siga a este presente va a necesitar puentes, la literatura estará ahí para tenderlos, para que los niños puedan respirar las quimeras.
El 10 de junio de 1947, con las ruinas de Europa aún humeantes, Albert Camus publicó su libro La Peste, que trata sobre la solidaridad humana en una ciudad en la que la enfermedad se ha hecho dueña de todo. La obra fue un éxito de ventas inmediato, y estaba dedicada al poeta y miembro de la resistencia francesa René Char. El 22 de ese mismo mes Charescribía al autor: “Ha escrito usted un libro muy grande. Los niños pueden crecer tranquilos, respirar las quimeras”. Una semana después le respondía Camus: “es usted el único poeta que se atreve hoy a defender la belleza […] y que encima demuestra que es posible luchar por ella sin renunciar a hacerlo también por el pan de cada día”.
No hay por qué escoger entre la salud y la economía. Sigue siendo válido lo que escribió el evangelista Mateo (6, 33) hace dos mil años cuando dijo –en unos párrafos no exentos de ese lirismo evangélico que exhalan las bienaventuranzas– que lo principal era hacer el Reino de Dios y su justicia. Y todo lo demás se nos dará por añadidura.