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Diario de la cuarentena. Día 39

Como a nadie, a mí tampoco me gustan las despedidas, por eso, lo diré hoy: mañana será el día cuarenta y finalizará este ejercicio de esperanza poética que he titulado Diario de una cuarentena. Dicho hoy este leve adiós, irreal, pues seguiremos hablándonos y escribiéndonos y escuchándonos, el último día podremos dedicarnos, como siempre, a escribir y leer, sin más, este diario. De este modo mañana jueves 23 de abril no acaba, sino que comienza el verdadero y real ejercicio de resistencia quijotesca contra este encierro kafkiano y, en ocasiones, borgiano por lo que tiene de tentación a evadirnos de él de cualquier modo válido, en especial con la literatura.

“Yo creí, durante años, –escribe Borges– haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crie en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. […] quienes poblaron mis mañanas y dieron agradable horror a mis noches fueron el bucanero diego de Stevenson, y el traidor que abandonó a su amigo en la luna, y el viajero del tiempo, y el genio encarcelado durante siglos en el cántaro salomónico […] ¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas?”

Así, confiando en que la tormenta de agua que ayer cayó en Salamanca, mientras yo escribía, ayude a hacer jirones esta cuarentena que ya empieza a mostrar sus primeras grietas, la literatura nos muestra, una vez más, el lugar por el que huir. La tormenta destrozó las lilas, fragantes y hermosas días antes; y las rosadas flores del pruno, de tan suaves pétalos como frágiles; y también los capullitos en flor del membrillo. Por bien perdidos dan sus flores todos los árboles del jardín si con ello se contribuye en algo a que pase la verdadera tormenta, no de agua, que nos ciega y empaña la vida, en la que llevamos cuarenta días.

Mañana leeremos y, tranquilamente, esperamos que, al día siguiente, el 41, la vida nos traiga algo: el vuelo de un ave o la voz de un niño; o el susurro del viento; o un aplauso último cuando todos ya se han metido en sus casas y sale alguien que no pudo antes, pero no quiere dejar de hacerlo. Así han de ser –así hemos de hacer que sean– cada uno de los días que continúe esta cuarentena.

Y a partir de mañana, por favor, sed vosotros quienes continuéis escribiendo, siquiera para vosotros mismos, como el más bello modo de exorcizar una tormenta, al igual que el “Santa Bárbara bendita que en el cielo estás escrita” con el que, cuando niños, nos consolábamos creyendo alejar los truenos de nuestro hogar. Escribid vuestro diario propio, como propia es la cuarentena de cada uno, aunque todas transcurran en casa y duren lo mismo. Y si no escribís, leed, imaginad, soñad despiertos con vuestro vuelo que atraviesa y rompe el muro áspero de estas semanas. Aunque sea una la escotilla, el mundo que permite ver es diferente para cada par de ojos que miran a través de ella.

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