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Palabras


“Las palabras son animales salvajes”, escribe Rodríguez Marcos[i], nacen, crecen y respiran su propia vida, bien lo saben los escritores, a quienes no les basta con invocarlas. Ellas llegan desde muy lejos, casi siempre libres, del territorio distante del silencio al que, con frecuencia, ocultan entre sus latidos: “Hay ramas/ sobre las que nunca/ se paró a cantar un pájaro/ y hombre/ que jamás se detuvieron/ a escuchar/ lo que el silencio dice/ mientras nos decimos/ palabras”[ii]. Permanecen agazapadas y se lanzan sobre el folio cuando quieren. “Las palabras heridas/ son las más peligrosas./ Las palabras heridas/ son capaces de hacer/ todavía mucho daño”.[iii] Palabras heridas, abarrotadas de dolor, como los hombres, cuando se les hace decir lo que no quieren, cuando se las obliga a serse infieles, amordazadas por las malas intenciones que les tuercen las sílabas. Cuando son manchadas y atenazadas por el hombre.


Pero también son poseedoras de un vuelo alto, cuando se busca con ellas alcanzar altura. Pájaros y palabras habitan entonces el mismo nido. Aquel que nace del ser. Aquel que sólo acoge en transparencia, sin intervención ciega de la voluntad: “Si alguien quisiera saber cómo escribo a estas alturas -canta lúcido Vicente Gallego-, le sugeriría que preguntara a la lluvia cómo cae, al fruto cómo crece. Escribo escribiendo, respiro respirando. ¿Qué hay aquí, entre lo verdadero, que no se nos ofrezca de natural? Escribo como el que oye del habla de los pájaros y nada ambiciona añadirle, pues sabe que ellos se entienden con sus flautas y oboes. No se hace poesía con el pensamiento, se hace con palabras sueltas, apenas con sonidos, escuchando los asomos musicales, dejándolo decirse y desdecirse, casi casi con nada.”[iv] La búsqueda de la transparencia obliga también al vuelo y a la caída. Para poder decir con palabras más grandes que las que acoge la garganta del poeta, hay que quebrar el canto acostumbrado, hay que negar las palabras de la tribu, hay que viajar hasta el silencio y en su frontera poner la tienda y sentarse a esperar. Hay que hacer como los profetas o los místicos, que hacen de su vida carne de palabras que irradian como si se hubieran vuelto ellos mismos invulnerables teas.

[i] Rodríguez Marcos, Javier, “Zoología”, en Vida secreta, Barcelona, Tusquets, 2015, p. 11

[ii] Mujica, Hugo, Barro desnudo, Madrid, Visor, 2016, p. 43.

[iii] Ibídem, p. 12.

[iv] Gallego, Vicente, “El habla de los pájaros”, en Cuaderno de brotes, Valencia, Pre-Textos, 2014, p. 20.

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