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Viaje

Literatura y viaje han frecuentado espacios emocionalmente cercanos. El origen del viaje puede asentar su empeño en lo leído en un libro, en su legado de palabras que preñan el deseo de acatar con el cuerpo lo leído, de embarcarse en su escena, de someter la experiencia propia a esta verdad de texto. “El viaje empieza en una biblioteca. O en una librería. De manera misteriosa, prosigue allí, con la claridad de esas razones que ya antes se esconden en el cuerpo” acierta lúcido Michel Onfray[i]. Pocas experiencias más alentadoras que el cortejo de lo relatado sobre la propia vida, como una ofrenda deseada que fuéramos a registrar en nuestros sentidos, y con ello hacerla perdurar en la memoria, aunque este registro sea artificial mediante las fotos que buscan la ruptura con la inmutable ley de la entropía.

De este modo anotamos imágenes en los dispositivos externos para esculpir el futuro de nuevo con las emociones sentidas en el pasado. Apóstoles las imágenes de un eterno presente imposible. Así también el viaje puede nutrir de palabras el mañana. “Durante muchos años -escribe nostálgico Vicente Valero- he viajado. / Mi juventud ha sido el mar, las islas/ extranjeras, la noche, los alcoholes/ amigos en cubierta, Los recuerdos./ […] Durante muchos años he viajado/ y no he salido nunca de mí mismo.”[ii] Los viajes vividos o leídos pueblan de paisajes la vida y testifican que fuimos seres completos durante el tiempo que nos fusionamos a esas geografías y a sus mapas.

Toda la literatura es ejemplo de ello. Crónicas viajeras como un género de moda que oficia en otros el aviso de por dónde debe circular el tiempo. Guía visual a la vez que emocional, la crónica no mutila la mirada. Ni altera la curiosidad, sino que busca agitar la costumbre anclada en la costumbre, y alentar una cierta locura sensitiva. Ver más allá del propio ver, acostumbrado a formas contumaces y gastadas, e inaugurar un asombro sumergido bajo la pátina de los días. Innovar en el tacto y en el olfato. Hacer nuevos adeptos de sonoridades abandonadas en los años… Y el cuerpo regresa de los viajes esponjado y maleable de atenciones dispares, en proclividad vertiginosa de todo lo posible, fantaseando en su perdurabilidad imposibles, en la incandescencia como columna inaugural de un nuevo invierno…


[i] Onfray, Michel, Teoría del viaje. Poética de la geografía, Madrid, Taurus, 2016, p. 29.

[ii] Valero, Vicente, “De un diario de a bordo”, en Herencia y fábula, Madrid, Rialp, 1989, pp. 44-45.

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