Llega a casa esta semana el libro de una amiga y magnífica poeta, Julia Bellido, y, como todos estos inesperados visitantes pasa a engrosar un lugar preferente en la mesa de lecturas. Él tendrá su momento especial para leerlo (y tal vez glosarlo incluso) en los gratos días venideros del estío. Pero sin poder evitarlo, algo hace que me asome a él. Sólo al principio. Y ya ansío el momento reservado para su lectura atenta.
Es un poema corto, apenas dos estrofas y nueve versos en total; como las musas o el número máximo (¿según Goethe?) de comensales a una mesa. Pero hay algo en este poema que grita una verdad incontestable en nuestro mundo de ambiciones y deseos. Las apariencias engañan, rezaba el refrán tradicional. Pero es mucho más clarividente el adagio de la sabiduría perenne que nos avisa –como el memento mori (recuerda que eres mortal) deslizado por un esclavo al oído del triunfador romano con la intención de recordarle los límites del éxito– diciéndonos: “Ten cuidado con lo que deseas”. Y eso reflejan mucho más hermosamente los versos de Julia Bellido cuando escribe:
Hay una luz que aturde, cegadora,
que cae por claraboyas y azoteas,
incendiándolo todo,
nublándote la vista y la conciencia.
Hasta aquí todo normal, dirá el lector. Hablar de la luz es consustancial a los poetas cuya mirada se eleva más allá del horizonte. Acaso el endecasílabo que cierra la estrofa enturbie algo inconscientemente el idílico paisaje. Y seguimos leyendo:
Y hay una oscuridad,
en cambio, descarnada y elocuente,
capaz de desprender
la venda de tus ojos
para que por fin veas.
Y es ese último verso el que, con toda la fuerza acumulada tras los ocho anteriores y en caída libre los tres últimos, hace caer del caballo a su vez al lector. Es en ese último verso donde la luz cegadora del primero irrumpe en el poema de verdad, en una estrofa ubicada entre lo oscuro, allí donde encender una llama es más iluminador. Qué modo tan hermoso de decirlo, qué luminosidad al expresarlo. Porque también es deber de los poetas advertirnos de aquello que vislumbran entre versos y palabras, de las verdades que llegan a sus manos convirtiéndoles a ellos en heraldos ante el resto de los hombres y mujeres de este mundo.
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