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Los gatos de Santa Marta están tristes


Los gatos de Santa Marta están tristes porque Charo ya no está con ellos hoy, porque uno de sus ángeles guardianes se ha despedido de ellos para siempre, aunque sigue cuidándoles desde otra dimensión. Los gatos de Santa Marta, como otros animales y sus dueños, están tristes hoy porque la voz de Charo, la que los cuidaba con José María, su marido, en la Clínica veterinaria Las Nieves, en las orillas del Tormes, ya no la escucharán más. Como el más feo augurio de los tiempos antiguos, las aguas del Tormes se teñido de oscuro para anunciarnos su marcha. No nos enseña la vida, por más que lo intenta, a despedirnos de las buenas personas. Nunca resulta fácil dejarlas ir para siempre, porque algo en nuestro interior se resiste a tener que acostumbrarnos a vivir sin ellas, a vivir en un mundo sin las personas que, a fin de cuentas, y quienes las conocemos lo sabemos, lo llenan de bien y de bondad con sus buenos actos.
Apenas seis años han bastado en mi caso para sentir como mía la marcha de Charo. Se desvivía por su trabajo como pocas personas, y me recordaba siempre esos bellos versos de Claudio Rodríguez que dicen que “en sus manos/ brilla limpio su oficio, y nos lo entrega/ de corazón porque ama…”. Con mucho amor ella estuvo ayudando cuando José María nos devolvió a Maggie –Charo la llama Pollito– arrancándosela de sus garras a la enfermedad y entregándonosla vacía de enfermedad para ir volviendo a rellenar su cuerpito con la alegría de vivir, hasta hoy, cuatro años después. Y allí estuvo Charo curando a Agatha de sus heridas durante el confinamiento. Y también estuvo con el Príncipe Valiente cuando su cojera, y con su hermano Midi (Miedito), y con Moni (Monette), y con Zeus, y con Thor(ita)… Y siempre con un buen gesto, una palabra amable, una sonrisa en los labios, una solución a todos y para todo.
Las chicas de los gatos, y muchos santamartinos, pueden contar mil historias cuyo peso inclinará el alma de Charo en la balanza del dios Anubis hacia el paraíso. San Juan de la Cruz lo dijo de un modo similar: al atardecer de la vida, me examinarán del amor… A veces olvidamos que el Evangelio no es solo cuestión de fe, sino también –quizás sobre todo– de bondad, de amor. Hace tiempo que Charo tiene aprobado ese examen porque quien, como ella, alimenta la llama de la vida, aunque al irse entristezca a quienes la quieren, deja su brillo en el mundo como si un hada de cuento tiznase de purpurina a quienes moraron junto a ella como herencia para siempre.
Aunque cuando el mundo pierde luz son los que permanecen quienes se quedan a oscuras. Bien lo supo John Donne cuando a la pregunta de por quién doblaban las campanas respondió que es por nosotros mismos por quienes lo hacen. Y ahora, cuando no puedo mirar a Maggie sin llorar pensando en ella, y en José María, para quien pido a Dios toda la paz y la serenidad necesarias para quien sufre por la pérdida del ser querido.
El mundo sigue siendo habitable –a pesar de lo que ocurre en Gaza o en Ucrania, o en sitios en los que aún no nos han dicho que ocurre lo que lleva años ocurriendo, y a pesar de nuestras pequeñas pero egoístas guerras sin sentido– el mundo sigue siendo habitable, no lo olvidemos, porque hay gente como Charo en él; gente cuya fuerza, pequeña pero poderosa, mueve en la dirección correcta esta sociedad a veces difícil de entender como civilizada. Charo es de esas personas que hacen la vida más fácil a quienes están a su alrededor. Y sí, continúo hablando en presente porque mientras lo haga, aunque parezca que no, su espíritu sigue orientando mis actos. Y ella sigue entre nosotros.
Hoy no solo el río Tormes, sino el mundo entero, se ha vuelto algo más oscuro porque nos falta Charo, mas no dejemos que se apague también en nuestro interior su luz. En tiempos en que quienes deberían dar ejemplo desisten de ello, personas como Charo continúan brillando en el cielo, y también a nuestro alrededor, para indicarnos el camino a seguir.




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