El fondo del cubo de David Refoyo
XXX Accésit Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma
Madrid, Visor, 2020
Acabé el año leyendo: “Cogíamos el agua de las fuentes públicas/ yo que nací en mil novecientos ochenta y tres/ que lo tuve todo al alcance/ la escarcha sobre los dedos y el mismo sudor de cada / verano/ con el que pagaba la matrícula/ pero robábamos el agua de las fuentes/ como los gitanos de extrarradio/ y limpiábamos cristales/ […]”, y supe entonces, con orgullo, que mis alumnos se habían convertido ya en adultos.
Dejé para el 31 de diciembre de este año tan extraño la lectura de El fondo del cubo (Visor), del zamorano David Refoyo, reciente accésit al Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma 2020. Lo reservé, como cada tarde del día de San Silvestre, como un premio para despedir -esta vez- un periodo malo y triste, en general, para todos. Y la tarde se hizo gozosa claridad que iluminaba el fin de año.
El fondo del cubo es un poemario situado en unas coordenadas espacio temporales emocionalmente muy intensas. En una ciudad pequeña de provincias, donde parece que no sucede nada, pero la vida late por debajo de lo visible, y donde el tiempo se hace nudo entre la infancia y la madurez, cruzado por las lecciones aprendidas a partir de las vivencias junto al padre. La imagen que le da título es, de este modo, alegóricamente, el lugar donde se acumula el agua sucia, emblema de la propia vida familiar dura. El poemario está, así, vertebrado por el dibujo de un padre que trabaja limpiando cristales, y que se convierte en el vehículo temático que conduce el poemario. “De allí extraje un amor por la palabra” confiesa su autor.
El sujeto poético se sitúa, entonces, entre dos generaciones, la de sus mayores que trabajaron para darle estudios, y la de su hija, a la que no sabe si podrá dar respuestas. Esta primera persona lírica se trasmuta, de este modo, en representante de una generación a la que prometieron muchas cosas, y que se han sentido defraudados, una vez adultos. Actitud semejante a la de otros poetas, igualmente premiados en últimos certámenes. Es lo que ocurría, por ejemplo, con Carlos Catena Cózar y su magnífico poemario Los días hábiles, donde también se podía percibir intenso este desencanto.
El fondo del cubo es un poemario muy trabajado y maduro, que supone una evolución clara respecto las obras anteriores, Hay en él una puesta vital estructurada en esa citada metáfora que da titulo al libro, junto una profunda reflexión metapoética, ya que, desde el primer poema, se habla del nacimiento de la vocación. En él se presenta al sujeto poemático como un Prometeo que extrae el fuego del lugar íntimo de los que le han precedido. Neruda sale al paso, también Alberti, de igual modo, mediante referencias indirectas, Benjamín Prado y tantos otros… “Sentí el fulgor y la llama pareció prendida/ quise recitar los versos los tristes y los otros también”, comienza reconociendo el autor.
Leo el poema “Arroyo o tsunami”, que dice: “Los dientes apretados al salir de la cama/ un chirriar de horarios ajustados/ la luminosa redención del siervo/ lo que fuimos/ todo cuanto nos dejaron ser” y una épica extraña resuena entre sus versos. Una épica genética, sin duda alguna, porque de lo que él habla es de la vida corriente, aunque quizá sea en el modo de cantarla donde aflora la herencia de las antiguas tierras del Duero. La poesía es libre de ser interpretada, pero en todo el poemario se muestra visible de manera paralela el sentir de un sujeto lírico, al que nada se le ha regalado y cuya conciencia, con los años, ha llegado a convertirse en la voz de su escritura.
Y es desde ahí desde donde se establece la mirada a la ciudad de provincias propia, inconfundiblemente personal y única, pese a que “[…] todas las ciudades se asemejan a pesar del patrimonio/ y los atardeceres azules / […]” El libro acaba siendo el elogio del sujeto lírico al padre y a un oficio “de un mundo en desuso”. Tratándose de una mirada retrospectiva sobre el pasado personal, El fondo del cubo es, de esta manera, un retrato lírico de la ciudad de Zamora en los últimos años del siglo pasado, en los últimos años del milenio en realidad. Un homenaje a la ciudad, a la infancia, al padre, al poeta… Porque El fondo del cubo exhala el recuerdo de Claudio Rodríguez en cada una de sus páginas, y está tan hermosamente evocado que recordamos inevitablemente sus poemas: sobre todo “Alto jornal ( “[…] y en sus manos/ brilla limpio su oficio, […]”), pero también “Dando una vuelta por mi calle” (“[…] Ved, ved cómo/ aquel portal es el tonel sin fondo/ donde fermenta mi niñez,…” etc.).
David Refoyo, que aprendió en el ejercicio de la publicidad la práctica de la retórica y dio buena muestra de ello en su primer poemario, Odio (La Bella Varsovia, 2011) inaugura en este su cuarto poemario una nueva etapa en su escritura. No es un poeta distinto, pero sí es un poeta mejor, sin duda alguna. Y la voluntad y el deseo de servir a la palabra han hecho de su obra un bastión inexpugnable de la línea poética del Duero. Nadie es buen poeta sin una mirada original y sin algo que contar. David Refoyo tiene ambas cosas ya, y El fondo del cubo es la prueba. El poemario se alza, sin duda, entre los mejores augurios de la poesía castellanoleonesa actual.
Pero este libro nos enseña, finalmente, que la poesía es también un buen antídoto contra los posos de rencor que la vida deja a su paso, y cuya exorcización es necesaria para ser felices. Poemarios como este, a fin de cuentas, son los que nos hacen confiar, inaugurando este año de 2021, en que la certera predicción de Sánchez Ferlosio (“Vendrán más años tristes/ y nos harán más fríos/ y nos harán más secos/ y nos harán más torvos.”) tal vez solo sea literatura.
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