UN PEQUEÑO GESTO DE AMOR A LA VIDA. DISCURSO DE RECEPCIÓN DEL PREMIO AL VOLUNTARIADO DE LA ASOCIACION TIERNO GALVAN A LAS CUIDADORAS DE COLONIAS FELINAS DE SANTA MARTA DE TORMES
Buenas tardes. Hace 40 años, Enrique Tierno Galván escribió que “las especies superiores, cuando decaen, cultivan el sadismo”. No es el momento de contextualizar la frase, sino de recordar, asumir y agradecer la forma de pensar que había tras esa idea y su identificación con nosotras, las cuidadoras de gatos de Santa Marta de Tormes, en Salamanca, cuya tarea reconoce hoy la Asociación Cultural Tierno Galván. Afortunadamente, vivimos en una sociedad que ha cambiado mucho en las últimas décadas, y si algo caracteriza actualmente a los humanos a escala global es su creciente preocupación por las otras especies.
Es obligado comenzar agradeciendo. En primer lugar a la Asociación Tierno Galván, por este premio ilusionante, que viene a reconocer una forma de voluntariado, o mejor habría que decir, de cuidado de los seres frágiles y vulnerables que son los gatos, a la que todas nosotras (pues principalmente somos mujeres, aunque no sólo, pues también hay hombres) dedicamos muchas horas de nuestro tiempo, pero, sobre todo, dedicamos mucha Vida (con mayúsculas), lo que implica no sólo tiempo o dinero, sino, sobre todo, emoción, cariño, empatía, preocupación, tristeza, y también felicidad, cuando conseguimos salvar vidas y encontrar hogares para animales procedentes del abandono.
Muchas gracias, en segundo lugar, también a todas las personas que hacen posible esta labor, y que nos acompañan calladamente: de manera especial, a Charo y a José María, nuestros veterinarios, que iniciaron la esterilización altruistamente, y sin los que este proyecto de las colonias felinas hoy no existiría. Charo sigue entre nosotras cada vez que vemos o acariciamos a alguno de los bichitos que ella cuidó tan delicadamente y con tanto cariño. Siempre habéis sido, los dos, parte fundamental de esta familia “gatuna”. Pero también hemos de dar las gracias a nuestras familias y, en especial, a nuestras parejas, que se han convertido en cuidadores felinos consortes (y también con suerte).
Y, finalmente, al Ayuntamiento de Santa Marta, representado por su Concejalía de Medio Ambiente y cuya implicación en este proyecto es esencial para llevarlo a buen puerto. Ayuntamiento con quien queremos seguir avanzando en la colaboración para construir un municipio donde lo urbano se fusione en estética y armonía con la naturaleza de la que ha surgido. Y en esta fusión creemos que las colonias felinas pueden integrarse plenamente, como un elemento más de su atractivo y de su apuesta por la inteligencia ambiental.
Precisamente siendo alcalde de Madrid, Tierno Galván fue consciente, en su preocupación por el Manzanares, de que no embellecería el río de Madrid si no lo dotaba de vida y de ahí sus famosas campañas a favor de los peces y los patos del Manzanares.
Creemos, en este sentido, que a nuestra civilización tan tecnológica y tan avanzada le falta mucha formación en la importancia vital de la empatía con otros seres vivos que dependen de nosotros. Una labor que se afronta desde la educación familiar, cultural y social, y que haría del mundo un lugar más habitable. Y esto es responsabilidad de todos.
Cuando Charles Darwin analizó la superioridad evolutiva del hombre frente a otras especies señaló que: “El amor por todas las criaturas vivientes es el más noble atributo del ser humano”. Sin embargo, nosotras hemos comprobado que no siempre es así. En esta larga trayectoria que se inició en el año 2017 con las primeras colonias, y con la primera gatita, La Yaya, hemos tenido que cuidar multitud de gatos abandonados por personas que, en cuanto les dificultaban un poco la vida, los dejaron sin hogar, sin alimento y sin cariño. Todos recordamos esta idea de El Principito: “Si me domesticas tendremos necesidad el uno del otro”, le dijo el zorro al Principito. Con razón el animal no quería ser domesticado por el niño.
Sin embargo, nosotras experimentamos diariamente esta domesticación afectiva en estos gatos que tienen rostro, nombre e historia. Dicen que los gatos callejeros suelen vivir unos siete años. Algo menos que los que viven en casas. Pero, por ejemplo, La yaya, la gata que citaba hace un momento, que se despidió de nosotras hace unos meses, con todos los honores de la auténtica y verdadera matriarca que fue, casi llegó a multiplicar por cuatro esa cifra. Esto habla de la gran labor, contra el determinismo biológico, que puede llevar a cabo el cariño y el cuidado cuando nos ocupamos de un gato abandonado. Por eso agradecemos tanto este gesto precioso de homenaje, de apoyo, de visibilidad, y de cultura ambiental.
Señalaba al principio de mi intervención que nosotras somos cuidadoras y no voluntarias. Escoger la palabra cuidadoras no es baladí. Los orígenes de los términos tienen mucha importancia a la hora de comprender su sentido y su realización en el mundo. La palabra “voluntaria” deriva del latín voluntarius y alude a la acción asumida como propia, pero la etimología de “cuidadora” es aún más hermosa y significativa: procede del término latino cogitatusque significa pensamiento, inteligencia. Quizás no sea casual que María Zambrano, probablemente la filósofa española más importante del siglo pasado, viviera rodeada de gatos.
Así, ayudar a otros seres, sean personas o animales, vulnerables o necesitados, es, claramente, un ejercicio de inteligencia profundo, con el que se suturan las heridas que a todos nos genera el mero hecho de vivir. Todos necesitamos de los demás pues, como señaló el poeta inglés John Donne: “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo./ Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.”
Cuidar animales, a pesar del torpe e ignorante tópico, no es cosa de ancianitas extrañas y solitarias, sino de personas que reconocen en estos animales la profunda “honestidad emocional” de la que hablaba Ernest Hemingway. Escritor este que fue, sin duda, un pionero, hace ya un siglo, de las colonias pues llegó a tener docenas de gatos en su jardín, –como muchos otros grandes intelectuales– y en cuya casa museo en Florida habitan en la actualidad medio centenar de felinos, protegidos como atractivo turístico. También eso es inteligencia, y vano sería dar la espalda a las colonias felinas siendo estas un claro elemento de la biodiversidad de la que tan orgullosos nos sentimos, con razón, en nuestro municipio con la Isla del Soto.
Concluyo, por tanto, agradeciendo, de nuevo, en nombre de todas las cuidadoras de gatos de Santa Marta de Tormes, a la Asociación Cultural Tierno Galván por el reconocimiento que se nos hace con este premio que nos empuja a seguir trabajando y confiando en que los pequeños gestos diarios estén preñados de sentido y de futuro. Seguiremos agradeciendo todas las ayudas y animando al Ayuntamiento a continuar con una labor que beneficia a todo el municipio. Y soñamos que algún día en Santa Marta La yaya tendrá una estatua en la plaza Comuneros, donde ella vivió. (Aprovecho este momento para lanzar un guante a los responsables de estas decisiones, por si quieren recogerlo.)
E igual que en otros lugares del mundo civilizado del que formamos parte –desde Ámsterdam hasta San Petersburgo y más allá, en las islas del Japón, lugares todos donde se protege a los gatos– la efigie de La yaya, o cualquier otro símbolo de la defensa animal, nos recordará a todos los animales que requieren cuidados. Y esto no deja de ser un reflejo de civismo, ciudadanía y también la expresión de nuestra evolución como especie.
Porque la vida es una sola adopte las formas que adopte. Por eso la buscamos tan ansiosamente fuera de la Tierra, allá en el Universo. Mientras la encontramos en otros planetas, cuidemos la que tenemos cerca.
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